martes, 10 de febrero de 2015

4. El libro como caja, II. La apropiación del mundo y el discurso lógico.

El libro físico, con su tapa y su contratapa, cerrado por arriba y por abajo, es en sí mismo una caja. Muchas cosas se quisieron cerrar en esta caja: el mundo entero.

Comenzando a extenderse entre finales del Imperio Romano y principios del medievo, el libro es una carpeta de legajos portable y ordenada, y su generalización tiene lugar en un contexto de máxima crisis política e inseguridad intelectual. En medio del derumbe del Mundo Antiguo y las referencias el triunfo del monoteismo, este libro portado, portátil, ordenado, venía a ser un arca del Tesoro, un tabla de salvación para los saberes y tradiciones de aquella Antiguedad que naufragaba en un cataclismo general. En este momento crítico y caótico, tan necesitado de certidumbres, el libro/caja se antojó un último refugio, una promesa firme de supervivencia, un resumen del mundo, allí se guardó lo más valioso, lo que merecía ser salvado.

Sucede que el libro/caja, cerrado en su simple estructura, siendo como es un batiburrillo, un cajón, se advierte sin embargo como un solo discurso, un único documento, y el hecho aparentemente irrelevante, formal, de su sellado, aparece como una garantía de autenticidad. El libro es en sí un meta-documento acabado, terminado. principio y Fin. Alfa y Omega.

Ni judaismo ni cristianismo fueron ni pudieron ser religiones del Libro antes de la invención de este libro/caja cerrado y acabado. Así que ambas religiones vivieron siglos de tradiciones, ritos, creencias, gnosticismos e incluso los más diversos politeismos. 

Alcanzar un cuerpo doctrinal canónico im-preso y sella-do costó al cristianismo ferocísimas disputas en sus primeros siglos, odios teológicos que aún hoy no han sido superados. Solo hay que atender a las cautelas que el catolicismo romano todavía guarda de cualquier nueva traducción de la Biblia para entrever las fauces las ser aquellas sangrientas disputas de la fe. Toda esa furia y ese poder encierra cada una de las versiones de la biblia cristiana o judaica. 

Que el Libro es Uno llegó a ser tan asumido e indiscutido como lo es hoy otro muerto: la novela. En el siglo XVI muchos europeos comenzaron a escandalizarse de encontrar en la Biblia varias versiones de los mismos hechos. Al menos dos historias del Génesis se entrelazaban como serpientes, los Números mosaicos no coincidían entre sí ni los doctos conseguían ponerse de acuerdo en las cronologías del Mundo. Aquellos reformistas, aquellos protestantes, herejes de la fe, relaxos del dogma, rebeldes de la Iglesia, antipapistas, contestatarios, aquellos ávidos lectores de la Palabra querían uniformidad, coherencia, un discurso lógico, unicidad en el Libro. Descubrieron las versiones de Dios pero prefierieron la uniformidad de la Razón. 

La ilusión del discurso único del libro, de su coherencia, de su íntima lógica, surgió de su forma, no de su mensaje. El libro/caja nació como museo, como recensión, como recopilatorio, como cajón de sastre. Por confusión, mediante tropo fenomenal, la forma se impuso a la materia y el libro se hizo acto unívoco de un solo autor, de un solo sentido, de un solo Dios. Hoy, esta caja le servirá de ataud a ese pensamiento unísono. 

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