Tapado por arriba y por abajo, el libro es una historia cerrada, presa en su caja.
Siempre hay una primera edición, que puede ser corregida y aumentada, en especial si tratamos de un ensayo, pero nadie espera que un libro cambie en lo sustancial. Si hablamos de novela, apenas admitimos pequeñas correcciones. Otra cosa sería un engaño, o el reconocimiento de un fracaso. ¿Alguien imagina que desaparezca un personaje de la trama? ¿Que se presente la misma historia con finales alternativos? Mira, en esta versión Macondo se transforma en una gran ciudad, los Buendía se establecen como tenderos y acaban por ser los dueños de una gran cadena de supermercados. ¡Oh, malditos productores de Hollywood! En cualquier caso, una versión -la buena- acabaría por eclipsar a todas las demás.
Un autor con orgullo literario jamás dejará que toquen su obra, o al menos no lo reconocerá al público. Aún menos se le ocurrirá decir que reescribe la obra de otro; admititrá como mucho influencias, cuantas más mejor, para que se vea su amplio mundo y nadie pueda acusarle de plagio o siquiera de ser un subproducto, un -mal- imitador.
Se reescriben -actualizan- diccionarios, obras técnicas y la guía de teléfonos -cuando existía tal cosa, claro-. Y sí, bueno, los eruditos pueden hacer resúmenes o compendios de los clásicos, ediciones críticas, actualizadas y en ese plan, pero no dejan de ser interpretaciones de un ideal perfecto, la obra original cuyo genunino espíritu busca capturar y encerrar el especialista para hacerlo comestible al no iniciado. También se pueden reescribir historias de siempre para niños, que ahí si hay manga ancha, pero hacerlo para adultos sería, pues eso, adulterar la obra original, sacrosanta, acabada, perfecta.
Quedán solo las traducciones, aunque en realidad tampoco cuentan pues de lo que se trata es -como siempre- de captar la obra original. ¿No habrá traducciones mejores que los originales? Nooo! eso es imposible!
Así que el libro, la obra del artista, es una momia, un cadáver embalsamado como los de Lenin o Ho Chi Min, un cuerpo incorrupto que adorar, un fetichismo, idolatría.
¿A donde quiero llegar?
Pues a esto: que el libro-caja está muerto.
Siempre lo estuvo, en realidad.
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