El fetichismo es una idolatría, una confusión de la parte con el todo, de lo accesorio con lo sustancial, del medio con el fin. El fetichismo es una sinécdoque de forma y fondo, de continente y contenido, es, además, un síntoma de cansancio, un rebuscamiento de viejo.
La idolatría y el fetichismo son una cosificación para dominar, para apoderarse de una fuerza libre, para controlar un deseo que nos arrebata, sea de sexo o de Dios. Reduciendo el deseo en objeto, manejamos aquél mediante el simple objeto, convirtiéndolo en herramienta para nuestro deseo. No dudo de su utilidad porque reconozco su razón: administrar la impotencia.
Empiezo a preguntarme si la resistencia del libro de papel (1, 2, 3) en este país tiene más que ver con el conservadurismo cultural y biológico más que con cualquier otro supuesto beneficio del papel. A muchos aún les pone abrir un libro y aspirar el papel, acariciarlo, hojearlo, ojearlo. Les devuele la sensación de control y otras viejas satisfacciones. Son inadaptados al cambio, refugiados del tiempo, pero en las librerías todavía se mueven con seguridad y soltura y el libro, en especial en esas ediciones más cuidadas y puntillosas, de un preciosismo obsoleto, les ofrece un remedo de las viejas dichas, eso sí, un tanto forzadas, con regusto.
Cada vez más personas de la industria del libro son lo bastante honestas y modestas para reconocer que su gran problema con lo digital es que no saben qué hacer sin el papel, que no están culturalmente adaptados al cambio de roles, que no dominan sus modos, que se pierden en los canales de distribución, que no entienden nada, que se vuelven impotentes. Pero casi ninguno quiere reconocer que lo que muere es el libro mismo, que incluso el ebook no es más que una sombra del papel en digital, una proyección de un continente en un hiperespacio en el que carece de sentido.., en fin, que la caja del libro se ha roto.
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