El libro ha muerto, ha pasado su tiempo y su posición directriz en el mundo se ha desvanecido. Hoy es un objeto de otro tiempo, un residuo.
La identificación del libro con lo finiquitado es tal que comienza a primar en él su sentido escatológico, mortuorio. Ahora el libro es un objeto de culto en el sentido más trascendente de la palabra: se ha convertido en un fino relicario, un lujoso ataud para el más allá, una tecnología de momificación, y me lo confirma la noticia de una aplicación para editar conversaciones de whatsapp en forma de libro. Desconozco si les va bien o mal, si algún fondo de inversión ha apostado por convertir esta idea en una star-up o si sus promotores realmente se lo han tomado en serio, pero el proyecto empresarial es más que una anécdota, es un síntoma.
La promesa evidente de la oferta comercial es, por supuesto, la de capturar el momento literario y salvarlo para la posteridad. En este sentido, la propuesta comparte la eterna obsesión por trascender que nos espolea a fotografiar y grabar todo cuanto sucede a nuestro alrededor. Pero en la posmodernidad de internet estas fotografías y vídeos se generan no para ser atesoradas sino para ser compartidas y reproducidas o desechadas al instante, del mismo modo que las palabras de una conversación corriente, efímera, intrascendente y creadora. La imagen trasciende así a su propia causa -perdurar el instante- para adquirir los sentidos accidentales y fugaces en la secuencia de intercambio. Lo ocurrido a la imagen con internet es la recurrencia de hacer verbo del nombre, esto es, de dividir el significado del signo ordenándolos como sentido -entendido posterior- y causa -entendida anterior-.
Pero no me lío en las paradojas del entendimiento. El sentido del whatsapp y la razón de su éxito es hacer posible la conversación en la distancia y el tiempo, extender la cháchara, el comadreo y la tertulia a cualquier momento y lugar, trascender el cotilleo a la necesidad de la presencia física y la coincidencia temporal. El whatsapp da inmanencia a la trascendencia del grupo. ¿Qué puede añadir un libro a semejante oferta? Pues evidentemente nada.
Ya lo he dicho: la promesa de la oferta es trascender, solo trascender. Lo que el libro opera en la conversación del whatsapp es una resta: elimina toda inmanencia. En el libro impreso la conversación del whatsapp queda fijada, congelada, retratada para siempre. No olvidemos que el retrato es en origen un arte mortuorio. Tras la edición, el libro del whatsapp se convierte en un Álbum de fotos, un libro eminentemente litúrgico, ceremonial. Pegar las fotos familiares en un álbum era un acto solemne, era dar sepultura a los muertos que viven en nosotros, repasarlo era honrar su presencia en nuestra memoria, darle un sitio a los muertos que fueron y que somos.
La identificación del libro con lo finiquitado es tal que comienza a primar en él su sentido escatológico, mortuorio. Ahora el libro es un objeto de culto en el sentido más trascendente de la palabra: se ha convertido en un fino relicario, un lujoso ataud para el más allá, una tecnología de momificación, y me lo confirma la noticia de una aplicación para editar conversaciones de whatsapp en forma de libro. Desconozco si les va bien o mal, si algún fondo de inversión ha apostado por convertir esta idea en una star-up o si sus promotores realmente se lo han tomado en serio, pero el proyecto empresarial es más que una anécdota, es un síntoma.
La promesa evidente de la oferta comercial es, por supuesto, la de capturar el momento literario y salvarlo para la posteridad. En este sentido, la propuesta comparte la eterna obsesión por trascender que nos espolea a fotografiar y grabar todo cuanto sucede a nuestro alrededor. Pero en la posmodernidad de internet estas fotografías y vídeos se generan no para ser atesoradas sino para ser compartidas y reproducidas o desechadas al instante, del mismo modo que las palabras de una conversación corriente, efímera, intrascendente y creadora. La imagen trasciende así a su propia causa -perdurar el instante- para adquirir los sentidos accidentales y fugaces en la secuencia de intercambio. Lo ocurrido a la imagen con internet es la recurrencia de hacer verbo del nombre, esto es, de dividir el significado del signo ordenándolos como sentido -entendido posterior- y causa -entendida anterior-.
Pero no me lío en las paradojas del entendimiento. El sentido del whatsapp y la razón de su éxito es hacer posible la conversación en la distancia y el tiempo, extender la cháchara, el comadreo y la tertulia a cualquier momento y lugar, trascender el cotilleo a la necesidad de la presencia física y la coincidencia temporal. El whatsapp da inmanencia a la trascendencia del grupo. ¿Qué puede añadir un libro a semejante oferta? Pues evidentemente nada.
Ya lo he dicho: la promesa de la oferta es trascender, solo trascender. Lo que el libro opera en la conversación del whatsapp es una resta: elimina toda inmanencia. En el libro impreso la conversación del whatsapp queda fijada, congelada, retratada para siempre. No olvidemos que el retrato es en origen un arte mortuorio. Tras la edición, el libro del whatsapp se convierte en un Álbum de fotos, un libro eminentemente litúrgico, ceremonial. Pegar las fotos familiares en un álbum era un acto solemne, era dar sepultura a los muertos que viven en nosotros, repasarlo era honrar su presencia en nuestra memoria, darle un sitio a los muertos que fueron y que somos.