martes, 11 de mayo de 2021

Carta desde Zacatraz. Roberto Valencia.

Desde la muerte de su madre, Rosa se había criado con su abuela y su tía en el pasaje Alegría de la colonia Buenos Aires, la frontera de los dominios de La Mirada Locos. Para protegerla de los peligros de la calle, sus familiares la educaron en un ambiente de sumisión y docilidad extrema.

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Teléfono en mano, el Directo se había ganado la lealtad de un indeterminado pero nutrido grupo de secuaces en la libre, adolescentes del bajomundo a los que engatusaba con la oferta de devenir respetados pandilleros en sus colonias, y que, tras varias sesiones de hipnosis telefónica, se convertían en sus ojos y sus puños afuera. 

-Donde yo vivía, el cantón Miraflores, estaba sano hace seis o siete años,  no había mareros ni ninguna pandilla -me contará, bajo condición de anonimato, uno de los jóvenes tentados-. El consiguió el número de alguien y empezó a reclutar a cipotes, poco a poco, durante semanas, ganándoselos a pura platicada, hasta que logró levantar de la nada un grupito que le respondía solo a él.

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Palabra: respeto y honor dentro de la pandilla, que derivan en capacidad de mando. Un pandillero cabal presume de la firmeza de su palabra.

Palabrero: Líder de una clica; por la evolución del fenómeno, se habla de dos palabreros: uno en libertad, y el otro encarcelado; estando el primero supeditado al segundo. 

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