Todo libro tiene sus geografías, y algunos libros son grandes como mundos: la Biblia, por supuesto, o Las Mil y Una Noches. Algunos libros, sin embargo, son escritos con la ambición de ser mapas. El libro como mapa encierra mundos. Al igual que el acto de nombrar, cartografiar es siempre una primera apropiación.
Una vez quise hacer una Geología de la Biblia y me perdí, claro. Es un riesgo que se corre. Aunque tampoco salí de vacío, ni mucho menos. Desde hace un tiempo me ronda la idea de hacer un mapa de Las Mil y Una Noches. Ya veremos.
Hay quien escribe con la ambición de hacer mundos y hay quienes escribimos con ambición geográfica, exploratoria, conquistadora, imperialista. Es la diferencia entre hacer literatura o hacer ensayo.
U. Eco hace en Obra Abierta un descubrimiento banal, una de esas obviedades que sostienen el universo. Lo que Eco descubre en Obra Abierta es la multiplicidad del mundo y del libro, que cada geografía abre una nueva realidad del mundo del mismo modo que la cierra. Eco nos desvela que la obra abierta tiene múltiples geografías. Como ocurre con los viajes, cada lectura es una nueva lectura, cada viaje añade una geografía al atlas del mundo.
Escribir la Obra Abierta fue la ambición de la vanguardia: El libro que acabará con todos los libros, pues los contenía a todos. Eco recuerda que esta ambición, escribir el Livre, con Mayúsculas, consumió la atención de Mallarmé, pero que fue Joyce quien lograría escribir ese gran Libro incomesurable, inabarcable, total. Tras Joyce ya no hubo más vanguardia. La literatura era ceniza. Todo estaba hecho. Cuarenta años después del Ulises, Eco publicó Obra Abierta, y enseñó a los errantes la Tierra de Provisión: el posmodernismo; todo libro es un mundo que reescribir, que reexplorar, que remapear.
Hace un par de años quise hacer la ruta de Samuel Pepys, en Londres; no pudo ser, pero este verano estuve en el café de Jane Austen, en Bath: té y pasteles con Emily, Darcy, los Bennet... En fin, estaba todo el mundo. La palma, como todo el mundo sabe, se la llevan las rutas por Dublín que siguen los pasos de Ulyses. Pero ahora, de nuevo, ¡ay! vivimos una nueva desilusión. Hemos descubierto que todos estos mundos de tan multiplicados, se deprecian. Como remedio se busca la distinción, aunque es una distinción no a mejor, para lo que ya no hay criterio, sino sólo de lo distinto. Es la ley de la oferta y la demanda.
Hace un par de años quise hacer la ruta de Samuel Pepys, en Londres; no pudo ser, pero este verano estuve en el café de Jane Austen, en Bath: té y pasteles con Emily, Darcy, los Bennet... En fin, estaba todo el mundo. La palma, como todo el mundo sabe, se la llevan las rutas por Dublín que siguen los pasos de Ulyses. Pero ahora, de nuevo, ¡ay! vivimos una nueva desilusión. Hemos descubierto que todos estos mundos de tan multiplicados, se deprecian. Como remedio se busca la distinción, aunque es una distinción no a mejor, para lo que ya no hay criterio, sino sólo de lo distinto. Es la ley de la oferta y la demanda.