Quizá
no está lejos el día en que un verdadero artista -y no un mero
artesano- pueda transmitir al público sus propias y excepcionales
percepciones como su obra genuina. Entonces, la vida será, al fin,
el objeto de creación, y el arte será puro, absoluto en su
expresión. A través de esta perfecta comunión sensible tendremos a
nuestro alcance las percepciones sobrehumanas del mundo: un artista
de tacto hipertrofiado nos proporcionará la sensación de una
caricia indescriptible; otro, puede que un áspero autista melómano,
nos hará vibrar con una amplitud desconocida; el otro, pongamos que
un geómetra sinestésico, nos alumbrará las infinitas armonías
dibujadas por una muchedumbre circulando.
Cada
uno de nosotros, gente común, podremos entonces experimentar
tonalidades, sabores, alegrías e ideas con la inteligencia, la
intuición y la potencia de un dios. Las viejas obras y disciplinas
ya no serán nada en sí mismas y su valor será en todo caso el que
puedan alcanzar como catalizadoras de la impresión de aquel artista
del goce, de la intuición, de la armonía o de cualquier otra forma
de este nuevo y definitivo Arte.
No
cabe duda de que ese día por venir se iniciará una revolución como
no hemos conocido otra. Frente a este torrente sensitivo, la vieja
aspiración a la vida eterna parecerá un sueño pueril. La
curiosidad humana removerá los cimientos de su propia condición
para aquilatar los alcances del Nuevo Arte y en la búsqueda de
nuevos cánones no quedará piedra sobre piedra. Ejércitos de genios
despertarán a la llamada de sus talentos recónditos, causando portentos
inimaginables en las consciencias del mundo. No habrá escala ni moneda que
pueda soportar semejante inflación de valor y locura. ¿Quién
creerá que pueda seguir siendo el mismo tras sufrir el amor no ya
como lo contó Shakespeare, sino como lo vivió Romeo?
Pero,
¿acaso habrá artistas del sufrimiento, de la desesperación, de la
miseria? ¡Sin duda, y serán de la mayor utilidad terapéutica! ¡Qué
reconfortante regresar al mundo propio, familiar y protector,
tras llorar una pequeña dosis de angustia de un genio
maníaco-depresivo! ¡O
recuperar el goce de respirar el aire fresco de la mañana
tras afixiarse brevemente en la pesadumbre de un gran artista
del nihilismo! En
cambio, los trastornos que causarán al género humano las escuelas y
artistas de la felicidad serán tan enormes como su promesa
benefactora. ¡Qué límites no traspasaran estos filántropos por
demostrar la caridad de su auxilio! Habrá también, sin duda,
artistas de la mediocridad como remedio a tanta ambición. Y tampoco
faltarán impertinentes que nos entretengan comparando el éxtasis
del místico con el arrobamiento del orgasmo sexual. Y los más
voluptuosos no dejarán de ensayar las emociones del crimen, ni de
forzar los límites del dolor. Por todas partes se verán gentes
aturdidas por un exceso de experiencias, temerosas de su propio gusto
y contrarias al nuevo arte.
Pero
ningún artista, experiencia o escuela causará una conmoción
semejante al universal deseo de imitación, pues no habrá quien
pueda o sepa resistirse a la tentación de rebuscar en su propia
naturaleza una chispa de genio con el que conmover al resto del
mundo.
Por este deseo de trascendencia, las personas más sencillas
cometeremos contra nosotros mismos las mayores violencias y la
especie entera sufrirá la más honda mutación desde que
adquirimos nuestra actual humanidad.
¡Quién lo iba a decir! Ya ha empezado... |
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