Lo dice Bernardo Ortín en una impresindible entrevista en Jot Down.
Bernardo es consejero de comunicación, un coacher seguidor de la escuela de la PNL, (Programación Neurolingüística) -un curandero, vamos- y por eso se meten con él; porque su arte no es científico. ¡Vaya por Dios! ¿Acaso es científica la dirección de películas? ¿Lo es la música? ¿Y acaso no pueden estudiarse? Más aún, ¿acaso no es necesario estudiar una y la otra?
Pero vuelvo a la tesis de Ortín, que relaciona libros y violencia. Por supuesto, Ortín no se ha molestado en probar su afirmación de modo científico, aunque no sería difícil, ya que otros han demostrado que el mundo es cada vez menos violento (1,2,3,4,5) y de ahí a correlacionar esta tendencia con algún índice de alfabetización, desarrollo lector y/ producción editorial, no hay más que un paso. De cualquier modo, sospecho que a Ortín no le importa gran cosa demostrar su afirmación, sino entenderla y darla a entender, es decir, transmitirla de modo congruente con su propia cosmovisión del mundo y que resume con un refrán papúa:
El conocimiento tan solo es un rumor hasta que llega al músculo.
Con este feliz hallazgo, esta frase redonda, Ortín revela la verdad fundamental sobre la que se asienta su trabajo y se levanta el edificio instrumental de la PNL: Pensamos con el cuerpo.
La dicotomía alma/cuerpo ha sido una ilusión occidental, cristiana, neoplatónica, que nos ha dado la fuerza para elevarnos ¿o quizá arrastrarnos? más allá de donde hubiéramos creído posible. Dejando atrás el cuerpo, mediante la ilusión y la locura de un alma inmortal, la humanidad -y no solo unos pocos elegidos- se hizo partícipe de lo divino y, por tanto, en cierto modo, todopoderosa.
Es cierto que hoy son precisamente las religiones del Libro las que nos parecen reserva de la mayor intransigencia. El Libro Sagrado, cerrado a cal y canto, inmutable en generaciones, dogmático, excluyente, es la armería de la ortodoxia fundamentalista. Bien, pero hay que ponerse en antecedentes y consecuencias. ¿Cual es el antecedente del Libro? Ningún libro, ningún escrito, el mundo sin Ley, la arbitariedad y el imperio de la contingencia, la total inseguridad, el miedo y la irreflexión: el gobierno de la violencia. ¿Y cual es la consecuencia al Libro? Dos libros, la versión admisible, la relectura, la comparación, la reflexión, la elección. La conlusión es que los libros encierran la violencia del mundo. Cuantos más libros, más violencia encerrada.
La lectura es una actividad súmamente estática hacia fuera. Mientras se lee, se reposa. No hay más violencia que la ejercida hacia dentro. Don Quijote se metió en andanzas y pendencias cuando dejó de leer. La pausa es comprensible, aún más, es necesaria para la salud del cuerpo. La lectura continuada es propia de enfermos. Un cuerpo sano se harta de leer, de permanecer leyendo, tragando letras y palabras, y debe reequilbrarse. La trampa está en que la postración de los músculos acompaña a una intensísima actividad de otros órganos: el corazón se encoge con sus lecturas preferidas, las emociones se disparan, falta el resuello, la imaginación bulle. Hay un enorme desequilibrio corporal y resulta vital descargar las tensiones acumuladas. Una solución es la escritura. Ahí se vierte lo leído, vomitando palabras, o mejor, cagándolas, es decir, ya digeridas. La perdición del Quijote fue que quiso reescribir su inquietud y desequilibrios en el mundo en vez de devolverlos al papel, de donde los obtuvo. De esta manera reeditó en el mundo las violencias que sus lecturas habían guardado.
Leo aquí sobre la gente que lee sin parar. El artículo los pinta de un modo benévolo, como gente normal, incluso un tanto elogioso, ponderando su afán de superación y su entereza frente a las dificultades de la vida. Pero a mí no me engañan. ¿Qué no harían estas mujeres y hombres si dejaran de leer? Pues embarcarse en pendencias, pretender el amor, buscar novedades, quebrar la paz y provocar la aventura, recrear los crímenes y violencias leídas y vividas. Cuidadito con ellos.
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