jueves, 24 de septiembre de 2015

Poética, I. Tragedia y comedia.


Suceso dramático, sin duda, ¿pero cómico o trágico?

La comedia es, tal como dijimos, imitación de personas de baja estofa, pero no de cualquier defecto, sino que lo cómico es parte de lo feo. Efectivamente, lo cómico es un defecto y una fealdad que no contiene dolor ni daño. 
Poética, V. 

Hay un daño evidente, luego no es comedia. La juventud y la belleza que le es propia dificultan la risa. Qué distinto el chiste si fuese un viejo el atropellado. Qué ridículo un viejo con toda su vida hecha ( ¿malgastada?) exigiendo emoción a su vida. 

Leyendo los detalles de la noticia descubro que salía de el joven salía de una discoteca. Eso puede matizar el elemento trágico de su belleza perdida, puesta en duda por la estupidez y el vicio. Lo imaginamos borracho, estúpido, superficial. Todo lo ligero ayuda a lo cómico, incluso cuando viene en forma de velocidad, mientras no implique también potencia, masa, gravedad. El tren debe pasar veloz y más rápido aún debe desaparecer el jóven. El impacto no debe ni oirse ni verse.   

Así, la tragedia es la imitación de una acción seria y completa, de una extensión considerable, de un leguaje sazonado, y en la que tiene lugar la acción y no el relato, y que por miedo de la compasión y del miedo logra la catarsis de tales padecimientos.

Poética, VI.

Poco más nos dice la noticia del joven. Iba con un amigo, tropezó y cayó a la vía. El amigo no consiguió sacarlo. Un infortunio. Pero no alcanza la tragedia. La acción está decidida, tenemos toda la información, pero necesitamos más. ¿Qué? Nos falta emitir juicio, necesitamos calificar los hechos y al joven. He aquí la quid. 

Para hacer tragedia del suceso requerimos una extensión considerable con el objeto de juicio. Necesitamos pues poner esta extensión entre nostros y el joven, elevándolo, ennobleciéndolo para sentir compasión por su desgracia. De otro modo necesitamos sentirnos extensión de ese joven, es decir, indentificarnos con él, como un iguala nosotros, o como un hijo, o como un hermano, para sentir el miedo del que habla Aristóteles, que no es otro del miedo a nuestra propia desgracia. 

viernes, 4 de septiembre de 2015

6. El libro como caja, IV. La jaula de violencia.


Lo dice Bernardo Ortín en una impresindible entrevista en Jot Down.

Bernardo es consejero de comunicación, un coacher seguidor de la escuela de la PNL, (Programación Neurolingüística) -un curandero, vamos- y por eso se meten con él; porque su arte no es científico. ¡Vaya por Dios! ¿Acaso es científica la dirección de películas? ¿Lo es la música? ¿Y acaso no pueden estudiarse? Más aún, ¿acaso no es necesario estudiar una y la otra? 

Pero vuelvo a la tesis de Ortín, que relaciona libros y violencia. Por supuesto, Ortín no se ha molestado en probar su afirmación de modo científico, aunque no sería difícil, ya que otros han demostrado que el mundo es cada vez menos violento (1,2,3,4,5) y de ahí a correlacionar esta tendencia con algún índice de alfabetización, desarrollo lector y/ producción editorial, no hay más que un paso. De cualquier modo, sospecho que a Ortín no le importa gran cosa demostrar su afirmación, sino entenderla y darla a entender, es decir, transmitirla de modo congruente con su propia cosmovisión del mundo y que resume con un refrán papúa:

El conocimiento tan solo es un rumor hasta que llega al músculo.

Con este feliz hallazgo, esta frase redonda, Ortín revela la verdad fundamental sobre la que se asienta su trabajo y se levanta el edificio instrumental de la PNL: Pensamos con el cuerpo. 


La dicotomía alma/cuerpo ha sido una ilusión occidental, cristiana, neoplatónica, que nos ha dado la fuerza para elevarnos ¿o quizá arrastrarnos? más allá de donde hubiéramos creído posible. Dejando atrás el cuerpo, mediante la ilusión y la locura de un alma inmortal, la humanidad -y no solo unos pocos elegidos- se hizo partícipe de lo divino y, por tanto, en cierto modo, todopoderosa. 


Es cierto que hoy son precisamente las religiones del Libro las que nos parecen reserva de la mayor intransigencia. El Libro Sagrado, cerrado a cal y canto, inmutable en generaciones, dogmático, excluyente, es la armería de la ortodoxia fundamentalista. Bien, pero hay que ponerse en antecedentes y consecuencias. ¿Cual es el antecedente del Libro? Ningún libro, ningún escrito, el mundo sin Ley, la arbitariedad y el imperio de la contingencia, la total inseguridad, el miedo y la irreflexión: el gobierno de la violencia. ¿Y cual es la consecuencia al Libro? Dos libros, la versión admisible, la relectura, la comparación, la reflexión, la elección. La conlusión es que los libros encierran la violencia del mundo. Cuantos más libros, más violencia encerrada.  

La lectura es una actividad súmamente estática hacia fuera. Mientras se lee, se reposa. No hay más violencia que la ejercida hacia dentro. Don Quijote se metió en andanzas y pendencias cuando dejó de leer. La pausa es comprensible, aún más, es necesaria para la salud del cuerpo. La lectura continuada es propia de enfermos. Un cuerpo sano se harta de leer, de permanecer leyendo, tragando letras y palabras, y debe reequilbrarse. La trampa está en que la postración de los músculos acompaña a una intensísima actividad de otros órganos: el corazón se encoge con sus lecturas preferidas, las emociones se disparan, falta el resuello, la imaginación bulle. Hay un enorme desequilibrio corporal y resulta vital descargar las tensiones acumuladas. Una solución es la escritura. Ahí se vierte lo leído, vomitando palabras, o mejor, cagándolas, es decir, ya digeridas. La perdición del Quijote fue que quiso reescribir su inquietud y desequilibrios en el mundo en vez de devolverlos al papel, de donde los obtuvo. De esta manera reeditó en el mundo las violencias que sus lecturas habían guardado. 

Leo aquí sobre la gente que lee sin  parar. El artículo los pinta de un modo benévolo, como gente normal, incluso un tanto elogioso, ponderando su afán de superación y su entereza frente a las dificultades de la vida. Pero a mí no me engañan. ¿Qué no harían estas mujeres y hombres si dejaran de leer? Pues embarcarse en pendencias, pretender el amor, buscar novedades, quebrar la paz y provocar la aventura, recrear los crímenes y violencias leídas y vividas. Cuidadito con ellos.