El joven Sade no tiene nada de revolucionario, ni siquiera de rebelde. Está totalmente dispuesto a aceptar la sociedad tal como es. Sometido a su padre hasta el punto de recibir de él, a los veintitrés años, una esposa que no le complacía, no considera otro destino que aquel al que está por herencia destinado. será esposo, padre, marqués, capitán, sñor de un castillo, teniente general. No desea en absoluto rebubciar a los privilegios que le aseguran su rango y la fortuna de su mujer. Sin embargo, no puede tampoco satisfacerse con ello. Se le ofercen ocupaciones, cargos, honores: ninguna empresa, nada que le interese, que le diviera, que le excite; no quiere ser solamente ese personaje público cuyas convenciones y cuya rutina ordenan todos los gestos, sino también un individuo vivo. No hay más que un lugar donde éste pueda afirmarse, y ése no es el lecho, en el que Sade es acogido demasiado fatalmente por una esposa mojigata, sino la casa tapiada donde compra el derecho a dar rienda suelta asus sueños. Esto es algo común a los aristócratas de su tiempo. Vástagos de una clase en declive que hasta hace pocohan detentado un poder concreto pero que no posee ya ninguna posesión sobre el mundo, intenta resucitar simbólicamente la condición de la que guardan nostalgia: la de déspota feudal, solitario y soberano. Las orgías del duque de Charolais, entre otras, eran célebres y sangrientas. Es de esta ilusión de soberania de la que Sade, también él, tiene sed. «¿qué se desea cuando gozamos? Que todo lo que nos rodea se ocupe sólo de nosotros, que no piense más que en nosotros, que no cuide más que de nosostros [...] en absoluto es hombre quien no quiera ser déspota cuando f...». La embriaguez de la tiranía conduce inmediatamente a la crueldad, pues el libertino, maltratando al objeto que le sirve, «comprueba todos los encantos de los que disfruta un individuo vigoroso al hacer uso de sus fuerzas; domina, es tirano».
El goce no comporta ni cambio, ni don, ni reciprpocidad, ni gratuita magnificencia: su despotismo es el de la avaricia que escoge aniquilar lo que no puede asimilar.
Simone de Beauvoir. ¿Hay que quemar a Sade?