Una biblioteca es un cosmos. Un bibliotecario es Dios. El bibliotecario crea el arriba y el abajo, da profundidad y amplitud, dispone, ordena, empareja y da forma. El mundo es obra a su imagen y semejanza.
Hay una cierta extrañeza por la actual inanidad política de los filósofos. Ya no hay intelectuales como los de antes. No pido un Gramsci, pero, ¿dónde están los Sartre y las Beauvoir de hoy? ¿Dónde encontrar un Russel, un Foucault, no más un Adorno? ¿En qué foro político se puede oir una voz pensante? ¿Cuándo se adocenaron los sabios? ¿Adónde se retiraron? Quedan unos pocos activistas, sobre todo en los USA, sobre todo lingüistas, Chomsky, Lakoff... pero son muy viejos.
Pues lo cierto es que los intelectuales están en internet.
No es casualidad que los Tolemaidas fueran los herederos de Alejandro Magno de mayor éxito político: fundaron la Biblioteca y en Alejandría entretuvieron a los filósofos, recomponiendo el mundo. ¿Quién querría disputar el gobierno de un reino teniendo el mundo entero a su alcance? No fue el nihilismo lo que apartó a los sabios griegos de la política, al revés, fue su demasía, su desmedida ambición.
Desde que abrió la Biblioteca no hubo guerras ideológicas en Grecia. Ni una triste revolución. No hubo más Esparta contra Atenas, ni más cicutas demócráticas, ni más mundos ideales. Ya no hubo más política. Uno a uno, los griegos se desinteresaron del gobierno de ciudades y reinos para ordenar el mundo desde Alejandría. Los griegos se hicieron universales, se hicieron helénicos, y así, entretenidos ordenando continentes, mares y cielos, dejaron a los romanos, eficacísimos capataces, el mayorazgo del mundo.
Resulta ejemplar que los romanos, que sí vivieron violentísimas revoluciones y guerras de ricos contra pobres, de desposeídos contra potentados, de esclavos contra amos, lo hicieran con tan escasa ideología. Las reflexiones de Cicerón sobre la república y la monarquía, que son lo más alto de su sabiduría política, solo tienen de interés por las crónicas que las acompañan.
Con la destrucción de la Biblioteca, en el siglo II, despertaron los griegos. Volvieron a las calles y a la acción, a la revolución. Ya no eran los mismos, claro. Ya no les interesaba la tierra, pues ahora ordenaban los cielos. Pero en su genio, ponían el Imperio del revés por un mero filioque
Si mañana de mañana se cae internet, no os extrañe que por la tarde estalle la más terrible revolución.